La Naturaleza nos invita en el Otoño, una vez más a mirar hacia nuestro interior, tal como percibimos en los reinos vegetal y animal, a medida que se reducen las horas luminosas y la noche avanza hacia su triunfo en los días previos al solsticio de invierno. Los seres humanos, tan ajenos a los ritmos naturales, cargados de artefactos, añoramos sin embargo una vida sencilla, acompasada con los cambios que se producen a nuestro alrededor, marcados por las posiciones de los astros, por el largo viaje de nuestro planeta alrededor del sol.

Es el momento de practicar la profundidad, de rebelarse contra el imperio de la superficialidad, contra el dominio de las apariencias, contra la esclavitud del consumo que nos somete a la eterna angustia de los apegos y de los caprichos. La Filosofía nos acompaña en nuestra búsqueda del sentido de las cosas y nos invita a ir más allá, sin temor al desconcierto que nos produce no tener aún todas las respuestas a nuestras preguntas.

Un párrafo de Miguel de Unamuno nos puede servir de inspiración en esta aventura de la vida interior:

“Reconcéntrate para irradiar; deja llenarte para que rebases luego, conservando el manantial. Recógete a ti mismo, para mejor darte a los demás, todo entero e indiviso. “Doy cuanto tengo”, dice el generoso. “Doy cuanto soy”, dice el héroe. “Me doy a mí mismo”, dice el santo; y di tú con él y al darte: “Doy conmigo el Universo entero”. Para ello tienes que hacerte Universo, buscándolo dentro de ti. ¡Adentro!”

Sabias y orientadoras palabras, para reflexionar  las melancólicas tardes del Otoño.