En ese territorio ignorado y olvidado, trabajan innumerables seres humanos, que mantienen viva la llama de la esperanza en que las cosas pueden ir mejor para todos. No los veremos ocupando titulares, porque muchos piensan que su labor debe seguir siendo callada y algunos la calificarían como insignificante. Y sin embargo, sostienen en lo profundo a toda la sociedad.

En todo caso, no es fácil encontrar a gente que tenga la capacidad o esté dispuesta a dejarse convocar por las causas del bien común, para aunar esfuerzos a favor de ideales nobles y elevados. Es más frecuente comprobar cómo los intereses egoístas y la búsqueda permanente del propio beneficio, aun a expensas de los demás, movilizan con mayor facilidad los trabajos.

En este sentido, podemos recordar la famosa cita de Bertolt Brecht: “hay quienes luchan un día y son buenos, hay quienes luchan por más tiempo y son mejores y los hay que luchan toda la vida y ésos son los imprescindibles”. Son pocos, es verdad los que no se dejan vencer por el cansancio y las decepciones y se mantienen en la línea de los que saben que añadir la contribución, aunque pequeña, de la propia acción para ayudar a que las cosas mejoren no cae en saco roto, ni se disuelve en el caos del anonimato, sino que, por el contrario, deja su huella indeleble y beneficia, en algún lugar, sin duda, a alguien, siempre.

Personas así merece la pena encontrar en el camino de la vida y hacer lo posible para sostener su trato, más allá de los cambios que nos depara el destino. Son los seres humanos que se mantienen vivos en su alma, porque a través de sus actos, sostenidos por su voluntad y por su amor constante, fluye la energía del universo. Son imprescindibles, porque sin ellos estaríamos más solos y en peligro.