Cuando comienza el año, volvemos a recordar a Jano, el antiguo dios romano, que preside el inicio de un nuevo ciclo. Se le representaba con dos rostros: uno miraba hacia atrás, el pasado, y el otro hacia delante, al futuro. Era el dios de las puertas, pues cuidaba el tránsito a través de los umbrales, lo cual nos recuerda esa puerta del nuevo tiempo que se abre ante nosotros

En este gozne, es de rigor hacer balance de las experiencias que hemos dejado atrás en el año que acaba de terminar, valorar nuestro aprendizaje, lo que nos hizo sufrir, lo que motivó nuestros mayores esfuerzos, las pequeñas victorias logradas sobre nosotros mismos, los proyectos que se culminaron, los que quedaron por hacer, sin olvidar los fracasos que en tantas ocasiones nos abatieron. Y a la vez, es el momento de mirar hacia el futuro que se abre ante nosotros, con todas sus páginas en blanco, esperando nuestras acciones, de hacer acopio de energías renovadas para plasmar los sueños que tantas veces dejamos volar en el territorio de la fantasía sin dirección.

Jano expresa esa dualidad que vive en nosotros, que no siempre enfocamos con la suficiente dosis de armonía, pues a menudo nos vemos ante nuevas etapas de nuestra vida con la melancolía que nos produce tener que dejar atrás lo vivido y el temor de tener que enfrentarnos a lo desconocido y temido a la vez.

Como intuyendo esa dualidad, los medios de comunicación nos ofrecen resúmenes anuales, que activan la memoria colectiva, tan atrapada en el presente y también los deseos y los proyectos que esperan a que la voluntad se exprese y deje sus huellas.

Hay mucho trabajo por hacer, es una de las conclusiones que se desprenden de estas reflexiones, inspiradas por Jano. No hay tiempo que perder, si es que queremos cerrar el año que ahora se inicia con la tranquilizadora sensación de haber cumplido con el deber, que es una de las más gratificantes y recomendables que un filósofo puede experimentar.