La Naturaleza es un macrobios admirablemente pensado y calculado para que sus componentes mantengan una ecológica armonía, en donde puedan convivir todos sus elementos en sus diferentes características de vivencia y supervivencia activa, en todas sus dimensiones.
Jorge A.Livraga.

Existe una tendencia entre la comunidad científica a no considerar al hombre dentro del funcionamiento de los ecosistemas, salvo en las comunidades indígenas primitivas.

Esta tendencia, motivada por nuestra contemplación de lo ecológico «desde fuera» y una falsa idea acerca de lo «salvaje» y «natural», ha llevado a un planteamiento (tanto científico como social, económico y cultural) atrofiado acerca de la ecología y nuestra posición en la Naturaleza.

Por parte de la ecología clásica no figuramos como especie en ninguna pirámide ecológica de cualquier ecosistema, pese a que nuestra existencia en casi todos es notoria desde hace millones de años. No se plantea, salvo en trabajos muy especializados y sectoriales, que nuestro comportamiento y nuestro intelecto también son elementos evolutivos tan naturales como lo pueden ser los instintos carnívoros y los colmillos de una fiera, y por lo tanto, tenemos un lugar en los ecosistemas.

En el plano social y técnico, esta arquitectura ecológica sin el hombre ha conducido a problemas serios de gestión del medio ambiente y a planteamientos simplistas de nuestra naturalidad perdida, reducida a un comportamiento primitivo, a una organización tribal y a un uso de recursos que rocen la miseria con tal de reducir el impacto ambiental. Se ha confundido lo salvaje (tomado como indómito) con lo natural. Así, el hombre natural, según estas tendencias, sería un buen salvaje, mezcla de franciscano y hippy, una imitación ingenua de lo animal.

Sin embargo, si aplicamos un planteamiento diferente, podemos obtener otras conclusiones que se acerquen más a la realidad. Un hombre natural sería aquel que ocupase de manera natural su lugar en todos los ecosistemas donde puede vivir, es decir, provocando reacciones a sus acciones asumibles por el ecosistema. El lugar natural viene condicionado por las facultades y potencialidades del hombre, como ocurre en cualquier especie. Por ejemplo, el lugar natural del zorro viene determinado por las características de éste, que son peculiares y exclusivas del zorro, aunque también tendrá en común otras muchas con el resto de los seres vivos, pero solamente las que le definen como zorro, y no otra cosa, son las que determinan su lugar en el sistema, en el que «vive y deja vivir». Si un zorro intentara vivir como lo hace un ratón, perdería su lugar natural, dejaría de ser natural y dañaría el resto del ecosistema.

De igual manera, el lugar natural del hombre está condicionado por las características que le son propias y le hacen diferente a cualquier otro ser vivo. Estas facultades, además de algunas peculiaridades fisiológicas, son fundamentalmente de índole psicológico y social. Conciencia, discernimiento, amor, inteligencia, devoción, creatividad y todo el amplio abanico de funciones psicológicas, mentales y espirituales son el marco de nuestro lugar natural. Un hombre con conciencia y uso de todas sus potencias y propiedades es un hombre natural, vinculado a los procesos naturales. Una sociedad de hombres naturales es el estado natural de hombre.

Desde este punto de vista, la ciencia de la Ecología recobra interrogantes apasionantes acerca del funcionamiento de los sistemas naturales, incluyendo las sociedades humanas.