Metidos como estamos tan de lleno en lo cotidiano, con frecuencia descuidamos nuestro deber de pensar sobre el sentido de lo que estamos haciendo, en qué marco de referencia histórica merecería encuadrarse, si nuestras preocupaciones, nuestros afanes dejarán alguna huella perdurable y constructiva, que haga el mundo más humano, más habitable, más justo. Los problemas que se presentan cada día, que reclaman tratamientos urgentes o inmediatos, tendrían soluciones más viables si más gente responsable aprendiera a levantar el vuelo por encima de tales urgencias y los mirase con algo más de perspectiva.

No cabe duda que Internet facilita la tarea a quienes sienten la necesidad de avanzar un poco más hacia la profundidad para buscar las soluciones a los desafíos de nuestro tiempo, tratando de acompasar el ritmo de la reflexión indispensable con la permanente aceleración de los acontecimientos que nos toca vivir. Tal urgencia exige de nosotros una notable capacidad de adaptación y una actitud de alerta ante los cambios que se producen y creatividad para encontrar respuestas a las nuevas preguntas.

Uno de los deseos más invocados en estos tiempos es el de la diversidad, aplicada a los más variados ámbitos, pues constatamos que vamos hacia una sociedad plural, mejor dispuesta para establecer diálogos constructivos con «los Otros», para superar la desconfianza que produce lo diferente y dar cabida a otros modos de pensar y de sentir, de buscar razón de ser a la existencia. Para ello se hace indispensable encontrar espacios comunes, donde intercambiar experiencias y buscar juntos los mejores caminos para alejar las simplificaciones y los racismos de todo pelaje. Frente a esta aspiración, encontramos, como un contrapunto, la sombría tendencia reduccionista, que inclina al fanatismo y a pensar que solo hay una visión del mundo verdadera, la propia, por supuesto y el error es siempre culpa de los demás.

La cultura, vista como un mosaico integrador de la diversidad, es una propuesta interesante y útil para hacer realidad esa aspiración, tan propia de nuestro tiempo y neutralizar los fanatismos destructores. Ensanchar nuestros horizontes, abrir las posibilidades de encarar los asuntos desde perspectivas distintas, nos proporciona recursos para encontrar la armonía de los opuestos, como proponían los antiguos filósofos clásicos y comprobar que tal cosa es posible.

Ese ejercicio práctico de integrar corrientes diversas, campos de conocimiento, de comparar paradigmas y desarrollar nuestro interés por todo aquello que pueda hacernos más sabios es la mejor preparación para actuar en la vida social, con el talante abierto y respetuoso que proponemos para desenvolvernos en nuestro mundo complejo y diverso.