Vivimos sometidos a contradicciones que bloquean cualquier pretensión creativa y también cualquier relación con la realidad, pues la equivocada representación que nos hacemos de las cosas llega a incapacitarnos para salir adelante. Tal sucede con el desprestigio que tiene cualquier esfuerzo, que nos hace huir de las situaciones en que lo vemos aparecer.

Nueva Acrópolis - cultura del esfuerzoNo deja de ser chocante que no se valore el esfuerzo, cuando sabemos que las cosas que verdaderamente valen la pena no se consiguen jugando o esperando que sucedan en actitud pasiva y perezosa, sino que son el resultado de muchos esfuerzos continuados, muchos intentos por sobrepasar los propios límites, por ir más allá en pos de metas que parecen inaccesibles, a las que nos vamos acercando, a golpes de voluntad y de trabajo. Hay algo de infantil inconsciencia en esa actitud de ignorar el esfuerzo y suponer que todo nos va a venir dado, regalado, que el universo está a nuestra disposición de niños mimados y caprichosos.

Miramos a esos mitos sociales, del deporte, o de la canción, que triunfan, ganan dinero, son aclamados y, encandilados por el resplandor de los escenarios, las luces, los podium, imaginamos que todo eso lo tienen porque alguien les tocó con una varita mágica. Ignoramos las largas horas de ensayos y de entrenamiento, los intentos fallidos, las veces que tuvieron que levantarse y volver a empezar, la cantidad de cosas que dejaron de hacer, para dedicarse a la misma tarea, con total concentración. Los relatos biográficos de los que consiguieron realizar sus sueños, atesorar méritos y éxitos, están cargados de pequeñas historias de tesón y capacidad para vencer las adversidades y las pruebas que pone la vida, superadas a base de perseverancia, en definitiva de esfuerzo.

Pienso que para sostener el esfuerzo es necesaria cierta dosis de pasión. Pasión, o entusiasmo, o convencimiento, de que queremos llegar a alguna parte, de que tenemos metas, ideales, objetivos. Y luego aprender a no cansarse, a admitir las reglas del juego que impone la resistencia de las cosas a recoger nuestras ideas, nuestros impulsos y convertirlos en obras.

Quizá sea ese el problema: no hay cultura del esfuerzo porque tampoco la hay de tomar conciencia de lo que cada uno quiere conseguir en la vida. Por ahí habría que empezar a trabajar, sobre todo con quienes no lo tienen del todo claro,  y con los que ingenuamente creen que no hay que merecer lo que se obtiene.