LOS VIENTOS

VICENTE PENALVA

Las alturas celestes, región etérea a la que están fijados todos los astros, gozan de una paz eterna. Pero debajo de ellos, en la región de las nubes y en la vecindad de la Tierra, residen las tempestades ruidosas, las tormentas y los vientos.

Estos, divinidades poéticas, son hijos del Cielo y de la Tierra. Hesíodo los llama Tifeo, Astreo y Perceo, pero exceptúa a los vientos Noto, Bóreas y Céfiro, que supone hijos de los dioses.

La morada de los vientos está, según Homero y Virgilio, en las Islas Eolianas, entre Italia y Sicilia, y les dan por rey a Eolo, que los retiene en profundas cavernas. Estos temibles prisioneros braman y murmuran tras la puerta de su calabozo. Si su rey no los retuviera, se escaparían con violencia, y en su fuga destructora lo arrasarían y barrerían todo a través del espacio, las tierras, los mares y hasta la misma bóveda celeste.

Pero el omnipotente Júpiter ha previsto tal desgracia. Y los vientos no solo están encerrados en cavernas, sino que hay encima de ellas una masa enorme de rocas y montañas.

Eolo reina sobre sus terribles súbditos desde la cúspide de estas montañas. Sin embargo, por muy dios que sea, está subordinado al gran Júpiter y no puede desencadenar los vientos ni encerrarlos, sino por orden o con el asentimiento de su gran jefe.

Si él se sustrajera a esta obediencia, sobrevendrían graves desórdenes y deplorables desastres. En La Odisea, Eolo comete la imprudencia de encerrar algunos vientos en botas de cuero y enviarlos a Ulises. Los compañeros del héroe abrieron las botas, una tempestad se desencadenó y los navíos se sumergieron.

En La Eneida, para complacer a Juno, Eolo entreabre de un golpe de lanza el flanco de la montaña en que descansa su trono; desde que encuentran esta salida, los vientos se escapan y revuelven el mar. Pero Eolo no tiene tiempo de alegrarse: Neptuno, que ascendía a castigar a los vientos, los devuelve a su rey con términos llenos de desprecio y les encarga que ellos mismos recuerden a Eolo su insubordinación.

Para desarmar o conciliarse con los vientos, las terribles potencias del aire, se les dirigía plegarias y se les ofrecía sacrificios. En Atenas se les había elevado un templo octogonal, en cada una de cuyas esquinas estaba la figura de uno de los vientos. Estos eran ocho: Solano, Euro, Auster, Áfrico, Céfiro, Eolo, Septentrión y Aquilón. En la cúspide piramidal de este templo había un tritón de bronce, móvil, cuya varilla indicaba siempre el viento que soplaba.

Los romanos reconocían cuatro vientos principales: Euro, Bóreas, Noto o Auster y Céfiro. Los otros eran: Euronoto, Vulturno, Subsolano, Cerias, Áfrico, Libonoto, etc. Los poetas antiguos y modernos representaban en general a los vientos como gigantescos, turbulentos, inquietos y veleidosos. Los cuatro vientos principales tienen una fábula distinta y un carácter particular.

Euro es el hijo favorito de la Aurora, viene de Oriente y vuela con los caballos de su madre. Horacio lo pinta como un dios impetuoso, y Valerio Flaco como un dios desgraciado y en desorden como consecuencia de las tormentas que ha causado. Los modernos le dan una fisonomía de mayor calma y dulzura, y lo representan como un joven alado, que por doquiera que pasa siembra flores con ambas manos. El sol sale detrás de él y tiene el tinte bronceado de un asiático.

Bóreas, viento del Norte, reside en Eutracia, y los poetas le atribuyen alguna vez el Reino del Aire. Robó a la bella Cloris, hija de Arturo, y la transportó al monte Nifato o Cáucaso. Fueron padres de Hiparco. Pero él se enamoró sobre todo de Oritia, hija de Erecteo, rey de Atenas; no habiendo podido obtenerla de su padre, se cubrió de un espeso torbellino de polvo y, convertido en caballo, dio nacimiento a doce jumentillos, de tal velocidad que corrían sobre los campos de trigo sin doblar las espigas y sobre las olas sin mojarse las patas. Tenía un templo en Atenas en las orillas del Iliso, y cada año los atenienses celebraban fiestas en su honor, las Borcasmas.

Aquilón, viento frío y molesto, es confundido con Bóreas alguna vez. Se le representa como un anciano con los cabellos blancos y en desorden.

Noto o Auster es el viento caliente y tormentoso que sopla del Mediodía. Ovidio lo pinta de talla alta, viejo, con cabellos blancos, aire sombrío y una tela anudada en derredor de su cabeza, mientras el agua gotea de todas partes de sus vestidos. Juvenal nos lo representa en la caverna de Eolo con los rasgos de un hombre alado, robusto y completamente desnudo. Marcha sobre las nubes, sopla con los carrillos inflamados, para designar su violencia, y tiene una regadera en la mano para anunciar que casi siempre trae lluvia.

Céfiro era en realidad el viento de Occidente. Los poetas griegos y latinos lo han celebrado porque llevaba el frescor a los climas cálidos que ellos habitaban. Es una de las más risueñas alegorías de la fábula, tal y como los poetas nos lo han pintado. Su soplo, dulce y poderoso a la vez, da vida a la Naturaleza. Los griegos le suponían esposo de Cloris, y los latinos, de la diosa Flora.

Los poetas lo pintan como un joven de fisonomía dulce y serena; le dan alas de mariposa y una corona compuesta de toda clase de flores. Se le representaba a través del espacio con una gracia y una ligereza aérea y con una canasta en la mano, en que había las más hermosas flores de la primavera.