«Señora de todas las esencias, vestida con el resplandor de la bondad a quién aman los cielos y la Tierra, del templo amigo de An, le vistes de grandes ornamentos, deseas la diadema de las altas sacerdotisas aquellas que sostienen las siete esencias, tu las has tomado y las has colgado en tu mano«.
Enheduanna.
Sacerdotisa de Inanna
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«Madre de Eneas y de toda su raza, placer de los Dioses y de los hombres, Venus que das la vida. Bajo tu hacer la rueda de las constelaciones del cielo y toda la naturaleza está llena de ebullición tanto la vida en el mar que mantiene a flote nuestros barcos, como la tierra que produce nuestra comida. A través tuyo todas las criaturas vivientes son concebidas y pueden llegar a ver la luz del sol… tú sola eres el poder que guía el Universo y, sin ti, nada emerge en el mundo brillante de la luz para crecer en alegría y amor».
Invocación a Venus. Lucrecio

Nueva Acrópolis - Diosa símbolo de lo femeninoEn el comienzo era el Abismo sin fondo y sin límites, la Nada y el Todo a la vez, el Caos indeterminado que contiene todas las cosas todavía sin nombre y sin concreción. Y antes del Abismo, quizás, la Razón Inabarcable de ese Origen apenas perceptible, la recóndita semilla de los Mundos y de los Seres. Lo Absoluto de imposible conocimiento; la idea del Cosmos que escapa a toda comprensión, la pregunta sin respuesta: el Enigma.

En el principio era también la Potencia, lo que podría llegar a ser. Aquello inconcebible contenedor de ambos gérmenes. Lo que luego llamáramos «Padre» y «Madre» se hallaban inscritos en esa Totalidad, juntos, sin diferencia aparente, en interacción continua conteniendo en si todas las posibilidades de plasmación.

Con el primer latido se inició la separación: fue acto el comienzo del Tiempo, se hizo el Espacio y la vida fluyó. Hubo ritmo, hubo un lugar para la Creación, y lo Uno se vertió, se plasmó, se convirtió en Dualidad manifiesta… El desdoblamiento originó las grandes aguas y el viento que las agita; y nació el espejo que permitía a uno y otro reflejarse en similitud y oposición.

Desde entonces existió una dirección y un transcurrir; un arriba y un abajo, un cielo y una tierra, lo izquierdo y lo derecho… Existió la Materia Primera, la Sustancia Primordial y el hálito del Espíritu. La Ley necesitó el sustento de energía para actuar, precisó de las formas que la cumplieran. Existió el impulso que tras sucesivas divisiones permitió la aparición de los seres individuales y, paralelamente, la fuerza que insta a las criaturas separadas a religarse en el anhelo de recobrar la Unidad perdida.

Este podría ser, en síntesis, el contenido de tantas representaciones simbólicas vertidas en las Teogonías de la Antigüedad con sus abstracciones y personificaciones que nos explican la génesis del Mundo. Porque prácticamente todas, de una forma u otra, nos hablan de la polaridad como requisito para la creación y perpetuación de las cosas, polaridad que en las tradiciones se ha resumido y se ha explicado con el concepto de género.

Así ha nacido en el imaginario humano la Madre de Todo, el aspecto femenino de la Naturaleza y, por extensión, la Naturaleza misma manifestada; que se ha entendido como el soporte, el sostén, la base necesaria para la vida siendo a la vez la representación de la Vida.

Es Prakriti en la India, densa o sutil, al decir de los eruditos, según los niveles de plasmación. Cuando se convierte en la Madre Divina es Aditi, que alumbra a los Dioses. También es la consorte del Dios Creador, o bien, la madre de la Pareja Primordial de la que surge el Universo más comprensible para nosotros. Es la diosa de las Montañas de los antiguos Drávidas, Parvati, la consorte de Shiva. Es Gaia entre los Griegos, la del amplio seno, al decir de Hesiodo. También es Hera; y es Juno, ahora para Roma.

Si crea directamente a los hombres es la diosa Nu-wa de las tradiciones chinas, amasando a sus hijos -cómo no- del barro de la tierra. Puede ser la hija del Gran Espíritu de las culturas nativas americanas del área de las praderas, que se precipitó en el mundo fragmentándose y originando lo creado. Puede ser, siguiendo con la misma idea, Perséfone, tejedora de todas las cosas y circunstancias que se iban plasmando conforme aparecían en su tela y que, desoyendo a su madre, fue tentada por Eros y cayó al inframundo (en un nivel de interpretación, nuestra tierra).

Si aparece como fuente de todas las cosas es la Gran Madre asiática, la de los Mil Nombres y Atributos; también Mahadevi en el hinduismo, la Mahamaya de los Puranas, la creadora, conservadora y destructora de los seres. De ella se originó el Espacio y es a la vez el Cuerpo de ese Espacio inmenso cuyo manto contiene a las estrellas y a los soles y cuya esencia los sostiene rítmicamente a través de los ciclos que la caracterizan. Cuna y sepulcro de las formas, su útero gesta y finalmente recoge a los seres vivos transmutándolos en una nueva apariencia, en una nueva expresión. De ahí el caldero de la celta Ceredwein, el de Dagdé, que portaba la tribu de la diosa Dana en los ancestros irlandeses, a su llegada a la isla y el posterior Grial, y la copa receptora como símbolo de contención.

También la caverna se asocia con la Diosa. La caverna oscura que se abre en la roca permite mil transformaciones y cambios de estado. ¿Cómo no pensar entonces en la redoma de ciertos grabados alquimistas en cuyo interior se representa al Anima Mundi dentro del contexto de la Obra? ¿Y cómo no pensar en la inmersión en las aguas, en el hecho de ser tragado por un gran pez y en el descenso a los infiernos, tan común en el contexto heroico donde el candidato muere y renace como iniciado; renovado, con mayor conocimiento, con mayor conciencia…?

Si la Diosa contiene todas las potencias es la Virgen Celeste antes de recibir la impronta del espíritu, si alienta a la vida es la Madre de Todos en el Cosmos y en nuestro mundo y entonces puede ser la Tierra Madre, Oikos, casa, el suelo firme que brinda un hogar a sus criaturas. O la tierra fecunda que nutre a todos los seres y permite su existencia sin requisito, la vieja Pachamama de la región andina.

Podemos encontrarla entonces bajo diversas manifestaciones. Es la Diosa de los antiguos minoicos asociada a la paloma, al delfín, a la serpiente y al toro; la nutricia Hathor, Isis amamantando al Hijo. Demeter protegiendo a las cosechas. Puede ser también la Naturaleza toda que tanta imaginación y belleza derrocha por doquier procurando incontables formas y recursos para sus pequeñuelos, a la vez que regula los ámbitos y el cariz de su desenvolvimiento. Entonces es la Reina de las Bestias, uno de cuyos aspectos encarna la Artemisa del bosque salvaje o la misma Cibeles y los jabalíes, los ciervos (o los leones) la acompañan.
Puede hechizar, seducir, al contener en sí la gracia, el encanto de su obra o envolver en un halo de encanto a sus criaturas. Con tales atributos es la Isthar mesopotámica o la Afrodita griega, la del velo dorado, la del cinturón mágico, a cuyo paso las bestezuelas, según canta el himno, se retiran a los bosques para aparearse porque encarna el Eros, el principio de Unión al servicio del mantenimiento de la Vida.

Representa a la Tierra, pero también a las aguas, tanto al Océano abisal de los comienzos, las profundas aguas del cielo como los energéticos mares y ríos, puesto que Ella misma es la fuente del Agua de la Vida cuyo fluir es contínuo y cuyas mareas obedecen a sus ritmos. Una de las evocaciones más antiguas de la Diosa es la Sarasvati de los Vedas, regente de los ríos.

También encarna la Ley que regula a la Creación para su mantenimiento y propósito; así conduce a las distintas vidas que se inscriben en la Gran Corriente Vital para que puedan existir, crecer, desarrollarse, expresarse como criaturas individuales y cumplir su función y su destino. Por eso la humanidad ha representado una faceta de la Diosa como justiciera, legisladora, socializadora y portadora de civilización. En el primer caso, sostiene los hilos del destino y se la representa como una telaraña en los viejos mitos irlandeses. Es una red que integra a todo lo creado. Las Parcas en Grecia serían sus dígitos, pero también es Némesis, es Maat en Egipto, siempre inexorable.

Si nos introduce en lo cultural, ámbito tan específicamente humano, tenemos el ejemplo de Inanna en Sumeria, donando a los hombres códigos de conducta traídos del cielo; Demeter y Atenea para los griegos permitiendo con las innovaciones agrícolas el paso a un nuevo orden social, una, y aportando arte e industria, otra; o de nuevo Sarasvati para India, que llegó a ser protectora de las artes y de las letras.

Pero no siempre es luminosa. También representa el furor de la guerra. Llena de coraje e impulso alienta a los guerreros, su deseo les sostiene en el combate. Preside sus lides y les conduce a la victoria, en muchos casos a pesar de la muerte. Es voluntariosa como Isthar. Es impetuosa como Anat. Poderosa como Atenea.

Sus cuidados pueden resultar posesivos. El amparo de su regazo puede tornarse prisión. Su seguridad confortante y su protección sofocar el crecimiento. Su exaltación erótica convertirse en lascivia. Si ella alumbra y protege, puede también mostrar la fuerza de las sombras, tan temibles habitualmente para los humanos. Entonces es destructiva.

Puede manifestar su cólera y con ella los elementos se desencadenan, entonces su cuerpo se contrae, los vientos arrecian, las tierras se convulsionan, los volcanes vomitan su fuego. Súbitamente puede sacudirse a sus criaturas y entonces los seres vegetales, animales y humanos se agitan y perecen en el Caos temible del remolino que Ella ha provocado.

Puede, suave o violenta, reclamar la corriente vital donada a las criaturas o destruir su forma aparente para recogerla en su seno porque es la Reina de Todas las Mareas: Ahora nos muestra la diosa su aspecto sombrío, no por fuerza maligno aunque aparezca como reina de los Infiernos, Señora de los Muertos o la Muerte misma, como Ereskingar, la reina del helado Helfeld, el país del frío, la reina de la Nieve que luego aparecerá en los cuentos.

El Cosmos mismo tiembla ante el aspecto oscuro de la Diosa. Es cuando firme y terrorífica Kali, la Negra, baila frenética la danza de los mundos de forma complementaria e inversa a la de su consorte, el Danzarín celeste, y Perséfona, desvelada, puede sentarse en cátedra frente a las almas desencarnadas.


Señora de todas las esencias, vestida con el resplandor de la bondad a quién aman los cielos y la Tierra, del templo amigo de An, le vistes de grandes ornamentos, deseas la diadema de las altas sacerdotisas aquellas que sostienen las siete esencias, tu las has tomado y las has colgado en tu mano.

Enheduanna.
Sacerdotisa de Inanna.

«Madre de Eneas y de toda su raza, placer de los Dioses y de los hombres, Venus que das la vida. Bajo tu hacer la rueda de las constelaciones del cielo y toda la naturaleza está llena de ebullición tanto la vida en el mar que mantiene a flote nuestros barcos, como la tierra que produce nuestra comida. A través tuyo todas las criaturas vivientes son concebidas y pueden llegar a ver la luz del sol… tú sola eres el poder que guía el Universo y, sin tí, nada emerge en el mundo brillante de la luz para crecer en alegría y amor».

Invocación a Venus. Lucrecio

Más, ¿no es la oscuridad el origen de la luz? ¿No es en lo profundo de la noche cuando se origina el día? ¿No muestra Hécate triforme una antorcha luminosa en el centro de las encrucijadas? ¿No es, también, la mansión de los muertos el lugar del origen, la fuente de la vida y la sede del conocimiento? ¿No se encuentran allí los tesoros escondidos? Tal vez por ello la Diosa oscura lo es también de la magia y del conocimiento secreto…

Celeste, terrena y marina o subterránea, tres manifestaciones asociadas a la luna. Porque en sus más antiguas representaciones la Diosa aparece como una deidad lunar, que posibilitó a los humanos la medida del tiempo. Reina de la noche, frente al sol, señora de lo oculto, con su rostro de plata simboliza la mutabilidad y el cambio, la renovación cíclica; también la fecundidad, la vitalidad, las emociones, la inspiración y por tanto la expresión creativa y el conocimiento intuitivo. A la luna aluden esas piedras meteóricas que aparecen en muchas de las representaciones artísticas de los pueblos del pasado y las piedras negras, como la Kaaba, a cuyo Santuario han de peregrinar obligatoriamente los musulmanes quienes, sin saberlo, de alguna manera veneran a la Antigua Diosa que antaño reinó en sus territorios.

Si es una en sí misma, si contiene infinitas posibilidades, es la llamada Diosa Virgen, en cualquiera de sus manifestaciones, representada en ocasiones como andrógina para resaltar ese aspecto de autoposesión, de completud, de todalidad. Y si aparece como lo femenino por excelencia, es Shakti, impulso, flujo, corriente, dinamismo vital, energía, fuerza y sostén; el aspecto femenino,el factor vivificante, el Alma del Cosmos y de lo masculino en general, de ahí su búsqueda desde el ámbito psicológico como complemento interno y factor de regeneración.

Shakti gobierna las corrientes energéticas que sostienen y renuevan la Vida. Por eso Ella es representada como serpiente. Impulso serpentino que fluye por los canales celestes, por los vasos de la tierra y por los diferentes conductos similares de los seres vivos. No hay que olvidar que la serpiente, desde el fondo de los milenios, siempre ha estado relacionada con la Diosa hasta que el cristianismo, paradójicamente, la enemistó con la mujer relegándola al mundo inferior.

India nos muestra claramente este concepto con las Shakti de los dioses más importantes del hinduismo. El tantrismo venera a Shakti y en otras culturas, las esposas divinas expresan esta faceta de similitud, al tiempo que contraparte y complementariedad del dios. Son el Poder del dios. Más Shakti siempre es una vía de unificación e integración; no en vano, Devi, la Diosa, ha constituido uno de los seis Caminos en la India, y en la actualidad, el culto a Shakti constituye uno de los más importantes al lado de los Visnuitas y Shivaitas.

En tal expresión, la Diosa también es mediadora y conductora; ella, Materia, se yergue sobre la misma materia para llegar, pulsátil y vibrante, fuerte y sinuosa hasta la Mente, hasta la Conciencia, hasta el Espíritu, hasta los Dioses, hasta Dios, hasta el Origen… Bajo estos atributos es Tara, Dolma, la compasiva, y aún se constituye en la misma esencia budisátwica para el budismo tibetano.

Como elemento de constancia en el Cosmos es, como factor de permanencia, resiste. Sabe más que conoce, por eso en muchos aspectos, la Diosa encarna la Sabiduría y se instaura en modelo para las mujeres. Como Diosa libre e independiente representa la primavera con sus promesas de vida; también la primera juventud, la actividad y los proyectos. Es la luna creciente que tiende a la plenitud. Nos habla también de la primera fase del ciclo femenino. Es Afrodita, es Artemisa, es Atenea.

Si aparece como madre, se relaciona con el verano, con las cosechas crecidas, los frutos en sazón. Nos habla de la madurez de la vida, de la actualización de las potencias, de la realización y de la plenitud; muchas veces de la función femenina de la esposa y siempre de la madre. Preside el cielo bajo la forma de la luna llena, plena de hermosura, completa y luminosa. Corresponde al momento de la ovulación y al de la fecundación. Es María embarazada y la madre nutricia que sostiene al niño otorgando parte de su esencia en alimento. Puede dar porque posee. Es Isis con Horus.

Mostrando en su esencia la experiencia del tiempo transcurrido, de la obra hecha, es en la naturaleza el tiempo de las mieses cosechadas, del grano recogido. Es el otoño que camina hacia el invierno, la vida vivida, la luna menguante, la mujer sabia, la mujer chamán, curandera, tal vez bruja, sacerdotisa y maestra. Preside la segunda mitad de la vida, los años maduros, el declinar hacia la vejez y la vejez misma. Se personifica a través de todas las diosas oscuras. En las mujeres rige el periodo posterior a la ovulación que conduce a la menstruación.

Dueña de la vida y la muerte, la Diosa la trasciende. Ella misma se expande y mengua, muere y renace. También muere y renace su hijo. La representación del hijo-amante que surgiendo del seno de la madre se convierte, adulto, en su consorte para desaparecer posteriormente y resucitar de nuevo, es un tema que aparece de modo más o menos manifiesto en el simbolismo de todas las culturas de la antigüedad y corresponde a un aspecto más de su expresión cíclica. Innumerables imágenes nos muestran a la Madre Dolorosa lamentando la desaparición del hijo y compañero. Cibeles llora a Atis, Inanna a Dummuzi, Isthar a Tammuz, Afrodita a Adonis, Isis peregrina en pos del cadáver de su esposo y, finalmente, María recoge en sus brazos el cuerpo inerte del Hijo.

Eternamente antigua es, sin embargo, permanentemente presente; acercarnos a su esencia es entrar en su reino y es hacerla reinar en nuestro interior. Es descubrir aquello que, de un modo u otro, como seres vivos, hombres o mujeres, late en nuestra alma; aún más, es recobrar el alma porque Ella es el Alma misma. Desde esta perspectiva nosotros le pertenecemos a la vez que Ella habita en nuestras profundidades. El viaje interior constituye un buen acercamiento, el campo del símbolo un método para encontrarla. Los sueños, las fantasías, la imaginación activa y la creación artística las puertas que nos conducen a Su presencia.