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Cuando el ardiente sol oculta su incandescente cuerpo más allá de las rojizas montañas, todas las formas de la Naturaleza anteriormente bañadas por sus dorados rayos van perdiendo su esplendor y lentamente se transforman en oscuras sombras, perfiladas por una tenue luz plateada. Es en ese momento cuando en el frondoso bosque comienzan a despertar los hijos de la noche, los búhos y los lobos. Ellos, como fieles servidores, alzan la mirada hacia su señora, la Luna, aquella dama que desde su altar celestial inicia el gobierno de su reino, el reino de la noche y del misterio.

Todas las antiguas civilizaciones se preguntaron el porqué del Universo y hacia dónde se dirige. Y la Humanidad quedó particularmente hechizada por ese misterioso astro compañero de la noche. Nuestra forma de civilización actual tampoco puede escapar a este fenómeno. Hoy día resulta nostálgico leer el premonitorio relato Viaje a la Luna del escritor francés Julio Verne. Porque aunque la ciencia actual cree conocer prácticamente todo acerca de ella, en su error de parcelar las áreas del conocimiento ha olvidado la maravillosa experiencia de interpretar su significado. Y por muchos artefactos que lance hacia su superficie, sigue evitando ponderar toda interpretación antigua sobre ella, lo que le aparta definitivamente de toda visión de conjunto.

Por las sendas del pasado

Desde los primeros tiempos, a través de ciertos símbolos, encontramos intentos de representación del carácter cíclico y cambiante de la Luna. Su peculiar característica no podía representarse bajo un emblema estático, puesto que se distinguía esencialmente entre luna llena, media y oscura. Estos tres aspectos eran representados por dos medias lunas y un círculo o disco. Así aparece, por ejemplo, en una moneda hallada en Megara (Grecia), donde tres medias lunas están colocadas en una especie de cruz o esvástica primitiva. Al igual que ésta, otras medias lunas similares se encuentran en monedas mesopotámicas representando a la Diosa Triforme. Dichas monedas están relacionadas con otras muchas representaciones triples de la Diosa Luna. Del mismo modo, en la Grecia clásica, la Diosa Hécate representaba a la luna oscura, siendo acompañada por unos fieles perros. Curiosamente, del mismo modo se ha representado a la citada Diosa Triforme babilónica. Dicha cualidad trina se representa a través de estatuas posteriores donde aparece como una mujer triple.

También encontramos en culturas como la celta otras Diosas Trinas, como las Bridgets, que representan los tres aspectos de la Diosa Luna. Incluso cuando el cristianismo fue impuesto en países donde hasta entonces se había venerado a esta Diosa triple, su adoración fue reasimilada pasando desde entonces a figurar en las leyendas de «Las Tres Marías».

Prosiguiendo nuestro recorrido por las múltiples culturas antiguas, hallamos que general y constantemente la Luna ha venido representando simbólicamente a la Gran Diosa Madre Gestadora, y por tanto también está vinculada estrechamente a la figura de la mujer. En las distintas Mitologías del pasado se refieren a ella como a la «Materia Primordial» expresada simbólicamente en las figuras del mar o el agua, que alude a la «Matriz Generadora» de aquel primer instante de la Creación de donde posteriormente surgirá todo el Universo manifestado.

Aun así, contrastando los textos, paradójicamente nuestra protagonista aparece con una clara contraparte natural, cuando en lugar de creadora se torna destructora; y aunque este aspecto parezca negativo a primera vista, es necesario puesto que simboliza la destrucción de las formas gastadas, evidentemente imprescindible para poder formar una vez más cada nueva creación. Ejemplo de esto último lo encontramos en la milenaria China, donde la Diosa lunar es quien otorga la vida cuando periódicamente se produce una inundación. Podemos comprobar este doble aspecto en multitud de representaciones artísticas en diversas culturas, especialmente en el arte religioso, cuando se pinta cada mitad de su faz usando los colores blanco y negro.

Así entre los ainu de Japón, la luna iba vestida con un traje blanco y negro. En Egipto, las Diosas Isis y Nephtis encarnarían también ambos aspectos lunares en sus formas creciente y decreciente. Isis aparece con la faz luminosa representando a la Tierra, a la Materia Primordial fecundada por el Espíritu que dará nacimiento al mundo; y es el aspecto virginal de la naturaleza femenina, su oculta faz.

Por otro lado la Luna es también el astro que preside por excelencia los ritmos de vida en la Tierra. Crece y decrece, aparece y desaparece, su vida está sujeta a la Ley universal del devenir; nacimiento y muerte. La Luna revelaría al hombre su propia condición humana, sujeto al ciclo de vida y muerte, aunque no a la extinción.

Aspectos esotéricos

Se dice que los viejos anales de la Sabiduría atemporal abarcan extensos compendios respecto al astro nocturno. Sintetizamos este punto aportando algunas pinceladas.

Los antiguos filósofos herméticos pensaban que la Luna dio al hombre su forma astral o «Cuerpo de emociones». Más recientemente la extraordinaria ocultista Helena P. Blavatsky expuso asimismo cierta referencia esotérica hacia los Pitris o Padres Lunares como creadores de la parte física del hombre y de cada uno de sus principios inferiores. Comenta también cómo nuestro cercano astro se halla en estos momentos en un período o etapa de descomposición, girando a nuestro alrededor como si de un cadáver se tratase. En dicho proceso quedarían adheridos a la Luna ciertos «elementos extraños», ideas negativas, sombras, etc. Se trata de formas nefastas para el ser humano, puesto que nos atraerían hacia ciertos estados de retrogadación o profunda excitación emocional que puede arribar incluso a la locura, hechos que, por otro lado, han sido corroborados por la ciencia actual.

Estas comprobaciones modernas ya quedaron reflejadas en el pasado bajo la forma de mitos. En Grecia a Hécate se la llamaba «Antena», «dadora de visiones»; una Diosa que a la vez podía aportar tanto inspiración como locura, precisamente porque el tipo de inspiración que aporta la Luna no es un pensamiento racional, sino algo de naturaleza más semejante a la intuición artística del soñador o del visionario; de ahí derivaría el término médico moderno de «lunático».

La Luna y el principio femenino

La Luna ha sido el símbolo atemporal y permanente que a través de innúmeros milenios ha representado a la mujer en todo el planeta. En el arte de la poesía, ya clásica o moderna, desde tiempos inmemoriales, en los mitos y leyendas, la Luna ha representado la Deidad de la mujer, el principio femenino, así como el Sol con sus héroes simboliza el principio masculino.

Para el hombre antiguo la Luna era símbolo de la verdadera esencia femenina, en contraste con la esencia del hombre, de carácter solar. En los diferentes mitos y cosmogonías se muestra claramente el sentimiento que tenían hombres y mujeres hacia el «Principio Femenino», Principio que controla al mismo tiempo la vida física y psicológica más profunda de la mujer. En nuestra alienada civilización dicho Principio ha sido descuidado y tan sólo han sido creadas ciertas acciones mecánicas sobre las costumbres convencionales de la mujer. Pero esta Fuente de Energía espiritual y psicológica sigue ahí, inmutable por siempre.

En toda cultura mistérica, la Luna era venerada por mujeres. Ellas estaban a cargo de prácticas mágicas destinadas a fomentar su poder fertilizador. Las funciones más importantes eran el abastecimiento del Agua Sagrada y el cuidado de la llama Sagrada que representa la luz lunar, que no debía extinguirse jamás. En muchos lugares, las sacerdotisas recibían supuestamente la Energía Fertilizante de la Deidad en beneficio de toda la comunidad. Los numerosos templos dedicados a las más diversas e importantes Diosas del mundo eran atendidos por sacerdotisas que se convertían en perfecto canal para la manifestación de la Divinidad en cuerpo y alma. Tal es el caso de las sacerdotisas Mama-Quilla en Perú o las vestales romanas, dedicadas a mantener este fuego sagrado en el templo de la Diosa-Matriarca.

La íntima conexión entre el rito de fertilidad femenino y la Luna estaba en muchos casos asociada con determinados órganos femeninos tales como los senos, útero y ovarios, además de su ligazón al proceso de gestación y del parto.
En la antigua Babilonia se pensaba que la fertilidad, el embarazo y el nacimiento de los niños tenían una estrecha relación con la influencia de la Luna. Los ahts y groenlandeses creen que la Luna es incluso capaz de embarazar a las mujeres. Y muchas tribus de Nigeria creen que no se necesita marido para la procreación, ya que la Gran Madre Luna, que está en el cielo, manda al Pájaro Luna a la Tierra para traer bebés a las mujeres que lo deseen. Esta idea no es muy distinta de la nuestra cuando a los niños se les dice que los bebés son traídos por una cigüeña. En las tribus más primitivas no sólo se responsabiliza a la Luna del embarazo, sino que también tiene otra función piadosa: la de cuidar el nacimiento del niño. Por eso, la mujer que está a punto de dar a luz se dirige a su protectora celeste para pedirle ayuda en esos difíciles momentos. A menudo el principal trabajo de la comadrona consiste en rezar y ofrendar al astro para asegurar un parto fácil. Aún en nuestros días, las mujeres del sur de Italia llevan una media luna como amuleto para obtener el socorro de la Luna durante el nacimiento de los niños.

Durante milenios, el ser humano ha vivido armoniosamente acompasado a los distintos ritmos de la Naturaleza. Nuestros antecesores, ayudados por calendarios solares y lunares, conocían las energías e influencias de la Naturaleza, y aplicaban dicha sabiduría en la vida cotidiana. La Luna, como portadora de fertilidad, desempeñaba un papel muy importante, junto a otros astros, en el campo de la agricultura, llegando a recibir el nombre de «Madre y Señora de las Plantas». Su influencia no sólo se ha considerado favorable, sino indispensable para el crecimiento del Reino vegetal. En múltiples culturas, como representante de esta fuerza fertilizadora, o bien como Deidad de fertilidad, se le ofrecían plegarias previas a la siembra y la recolección; era también habitual la recogida de plantas medicinales en determinadas épocas, cuando contienen mayor cantidad de sustancias activas.

Pero hacia finales del siglo XIX el conocimiento de estos ciclos naturales cayó irremediablemente en el olvido. Se creyó que se podía ignorar la sabiduría de los antepasados y el respeto de estos ritmos naturales pasó a considerarse algo superfluo. Este olvido se ha heredado hasta nuestros días y nos hemos entregado a un uso exagerado de todo tipo de máquinas agrícolas, fertilizantes y pesticidas. Hemos elevado la comodidad a corto plazo a la más alta jerarquía. En el vértigo de la sórdida vida consumista creemos poder superarlo todo, incluso a la propia Naturaleza, pero olvidamos que irremediablemente formamos parte de ella.

El hecho de que el Sol esté relacionado simbólicamente con el principio masculino, mientras que la Luna refleja lo femenino, ha sido recogido en los distintos mitos que nos presentan las diversas culturas del planeta. El Sol representa esa constante fuente de luz y calor que desaparece durante su viaje nocturno y reaparece por la mañana. Como eterna contraparte, la Luna es variable y sigue un orden diferente; incluso el horario de salida parece depender de su capricho. Estas extrañas cualidades se reflejan en el mundo psíquico de la mujer, que a veces ofrece una imagen de inconstancia o variabilidad. Pero, como en el caso de la Luna, un orden o regla oculto es la base de su aparente volubilidad, dado que para la mujer el carácter cíclico de su vida es algo muy natural. Ésta le impone flujos y reflujos en su experiencia actual, no sólo en ritmos diurnos y nocturnos, como hace con el hombre, sino también en los ciclos lunares, con las fases de cuarto, media, luna llena y menguante, y así hasta arribar a la luna oscura. En el transcurso de este ciclo completo, la energía de la mujer aumenta, brilla con esplendor y decae de nuevo; cambios de energía que afectan tanto a la vida física y sexual como al mundo psíquico y espiritual femenino.

Hasta aquí hemos intentado desvelar parcialmente uno de los grandes misterios que rodean la noche. Posiblemente seguiremos ignorando muchos de sus secretos que, como fiel guardiana plateada, nos oculta. Mas nosotros, efímeros mortales, seguiremos interrogándola y buscaremos arduamente su divina inspiración, de igual modo que a lo largo de la Historia tantos poetas, soñadores y escritores han anhelado.

Mientras tanto, nos será imposible evitar cada noche alzar nuestra mirada al cielo y rendirnos a sus pies. Rendirnos y evidenciar tanto belleza como misterio.

BIBLIOGRAFÍA

* El influjo de la Luna, Dr. Arnold L. Lieber. Ed. Edaf.
* Locura Lunar, E. L. Abel. Ed. Diana.
* El Zodíaco, clave del Hombre y del Universo. Omraam Mikhaël Aïvanhov. Ed. Prosveta.
* Los misterios de la Luna, Henri Premont. Arias Montano Editores.
* Los Misterios de la Mujer, Esther Harding. Ed. Obelisco.
* La influencia de la Luna, Johanna Paungger y Thomas Poppe. Ed. Martínez Roca.
* Glosario Teosófico, H.P. Blavatsky. Ed. Kier.