Desde los primeros siglos del Islam han coexistido dos estilos de escritura: el cúfico, que se distingue por la naturaleza estática de las letras, y una especie de escritura cursiva, el «Nasji», con formas de fluidez variable. Dentro del cúfico encontramos el estilo de caligrafía propio de Al-Andalus; algunas fuentes árabes (Abu Haiyan al-Tawhidi, Ibn Jaldun e Ibn al-Sid de Badajoz, entre otros) suelen mencionar en sus respectivos tratados, la caligrafía andalusí como un estilo independiente y particular, aunque no precisan qué características formales le corresponden.

Todos ellos se refieren al cúfico cordobés de época omeya, aunque Ibn Jaldun hace referencia también a la cursiva andalusí. Sobre la caligrafía de Al-Andalus, este sabio teoriza: Al-Andalus se ha distinguido por el poder de los omeyas, los cuales se caracterizaban por haber desarrollado la civilización urbana, las artes y la caligrafía, la cual llegó a definirse como una tipología caligráfica propiamente andalusí. Sin embargo, en Al-Andalus, el poder árabe se extinguió y con la posterior mezcla de costumbres y artes, como consecuencia de la decadencia de la civilización urbana (que este filósofo sitúa dentro de la historia del Occidente islámico, en el hundimiento de la cultura andalusí), la caligrafía llegó a ser realmente mala e imperfecta.

Para la caligrafía arábica, la escritura utiliza el cálamo caña cortada con una punta doble, con el que traza líneas precisas y con frecuencia entrelazadas. En palabras del neoplatónico Al-Tawhidi (m.c.1010), la función del cálamo no es otra que plasmar en las mejores condiciones posibles una bella caligrafía, puesto que el instrumento del calígrafo no tiende a aislar los signos, sino que los integra en un ritmo continuo sin que se alineen en un mismo plano trazos diferentes. Aquí reside el encanto de la caligrafía arábica, en el modo en que es capaz de combinar la forma específica de cada letra con la fluidez del conjunto. Así pues, el cálamo tiene, por un lado, la virtud de grabar los secretos y expresar con claridad las ideas como el sabio más elocuente, mientras que por otro, es elogiable su capacidad para traducir lo invisible e informar acerca de lo oculto.

La caligrafía se considera la más noble de las artes, puesto que da forma visible a la palabra revelada del Corán. Puede decirse que nada ha plasmado mejor el sentido estético de los pueblos musulmanes que la escritura arábica, pues esta sabe combinar la geometría con el ritmo, polos entre los que se mueve este arte. En palabras de Ibn Jaldun: «la caligrafía es un arte noble, ya que la escritura es una de las características que diferencian al ser humano de los animales», definiendo seguidamente este arte como el segundo nivel en la escala de expresión lingüística, es decir, como simple escritura: los trazos que dibujan las palabras percibidas por el oído y que expresan, a su vez, un contenido del alma. Para el sabio andalusí Ibn Al-Sid de Badajoz (1052-1127), la caligrafía hay que definirla como «el procedimiento que permite transmitir el lenguaje por medio de la escritura siguiendo una serie de técnicas cuya finalidad es conseguir una letra clara, sólida y hermosa».

El filósofo árabe Abu Hayyan al-Tawhidi, recoge una extensa gama de opiniones, atribuidas a los sabios griegos, que nos acerca a la dimensión espiritual que alcanza la caligrafía: para el geómetra Euclides, esta es una geometría espiritual que se manifiesta como instrumento corporal. El poeta griego Homero la define como «algo que el intelecto manifiesta en el cálamo a través de los sentidos; cuando el alma se encuentra frente a la caligrafía, ama en ella el primer elemento (el Intelecto)». La caligrafía como enlace con el mundo espiritual es puesta también en boca de Platón, que dice: «el cálamo es la cadena del intelecto, la caligrafía es el regocijo de los sentidos y el deseo del alma es percibir a través de ella». A Aristóteles también se le adjudica un concepto de caligrafía acorde con su teoría de la causalidad: «el cálamo es la causa agente, la tinta es la causa elemental, la caligrafía es la causa formal y la elocuencia es la causa final», dice el filósofo, destacando el valor de la caligrafía como vehículo de la elocuencia.

Vemos también cómo la caligrafía adopta la función de transmisora del conocimiento: tiene el poder de separar las ideas, recomponerlas y preservarlas como si de las perlas de un collar se tratase. Ibn Jaldun se inclina del lado de la función comunicativa de la escritura: «la caligrafía es expresión evidente de la palabra y el discurso, lo mismo que ambos son expresión de las ideas que contienen el alma y el pensamiento, por lo que ambos deben ser signos perfectamente claros». La escritura traslada el pensamiento desde la letra escrita al discurso oral, grabándose en la imaginación, y desde el discurso oral a las ideas contenidas en el alma. Esta adquiere así la facultad de pasar de una denotación a la idea denotada sin interrupciones, que es en lo que consiste la reflexión intelectual, explica Ibn Jaldun. De esta manera, la superioridad de la escritura frente al lenguaje oral, es resaltada por los sabios al ser esta perdurable, trasladar las noticias y las ideas a gran distancia y conservarlas para el futuro.

Otra de las funciones atribuidas a la caligrafía es la de traductora del pensamiento y de los sentimientos; suele ser expresada mediante imágenes literarias, en concreto a través de la comparación de las artes con la orfebrería y el tejido. Siguiendo esta similitud, las líneas sucesivas de un texto pueden compararse con la trama de una pieza de tejido, pues en realidad el simbolismo de la escritura es similar al del tejido, ya que ambos se refieren al cruce de los ejes cósmicos: imaginemos un telar primitivo en el que los hilos de la urdimbre cuelgan verticalmente y la trama los va uniendo horizontalmente mediante el movimiento de vaivén de la lanzadera, que evoca la repetición de los ciclos de los días, los meses o los años, mientras que la inmovilidad de la urdimbre corresponde al eje polar. Este eje es único, pero su imagen se repite en cada hilo de la urdimbre, al igual que el instante presente, que es siempre uno, parece repetirse en el curso del tiempo. Del mismo modo que en el tejido, el movimiento horizontal de la escritura, que es ondulante, corresponde al cambio y al devenir, mientras que el vertical representa el plano de la Esencia.

En definitiva, a la belleza de la armonía visual de la caligrafía (que se halla en consonancia con la belleza superior del alma), se añade el valor de su contenido intelectual y sentimental, más la clara elocuencia de las ideas transmitidas y la posibilidad de su conservación y difusión a través del tiempo y el espacio, todo lo cual convierte a este arte en el más noble de los oficios manuales y en una de las cualidades fundamentales de la persona ilustrada, o lo que es más, del ser humano ideal, que el insigne filósofo Al-Tawhidi define como: «aquél cuya alma tiene el don de la inteligencia, su lengua el de la elocuencia, su mano el de la caligrafía, disfruta de un aspecto externo agraciado y tiene un carácter agradable, posee en perfecto orden las mejores cualidades y ha sido colmado con una gran profusión de virtudes. Solo le falta dar gracias por haber llegado a obtener todo eso».